Por Nadia Fink / Fotos: Mariana Berger
En 2009 entrevistamos al escritor Gustavo Roldán, referente de la literatura infantil en nuestro país que se nos fue en 2012 y, de alguna manera, una fuente de inspiración para el nacimiento de la Editorial Chirimbote que ya tiene una década de existencia.
En 1983, Gustavo irrumpió en la literatura infantil con sus cuentos llenos de sabores, olores y colores con los que se había criado en el monte. Un autor que transitaba el espacio de las niñeces y personas grandes con sus historias aprendidas en el monte chaqueño, con su mundo de animales autóctonos o fantásticos, siempre rebeldes y dispuestos a no callarse.
Así, quirquinchos, coatíes, yaguaretés y los infaltables sapos, pulgas, piojos y bichos colorados nos hicieron descubrir un mundo que teníamos acá nomás, en Sáenz Peña, cerquita del Impenetrable. Después fueron apareciendo seres mitológicos y fantásticos en libros como Dragón o Bestiario, pero siempre con una búsqueda orientada hacia lo importante de detenerse a mirar, a percibir lo simple de cada instante. Y a no callarse, porque, explica, “los animales me permiten hacer y decir ciertas cosas que, si fueran personas, serían objetadas”.
Compartimos algunos fragmentos de aquella inolvidable charla que tienen mucha vigencia, que nos sirven para pensar el hoy, y nos alumbran sobre cómo la fantasía puede ayudarnos a entender la realidad para transmitirla a nuestras infancias.
–En contra de la corriente didáctico-moralizante, los animales que aparecen como “malos” en tus cuentos son, justamente, aquellos que quieren imponerse a través de las leyes…
-Creo que la mala intención, en todo lo que yo hago, se ve. No está oculta, yo no quiero disimularla. Ni que hay malas intenciones, ni que las intenciones mías y de mis amigos el piojo, el sapo y el bicho colorado sean las de cambiar el mundo y ponerlo patas arriba. Hacer uno nuevo, porque esto está mal hecho. Cosa que hace que muchas veces, naturalmente, aparezca gente que no quiere cambiarlo porque no le conviene: el mundo está muy bien hecho para los ricos, los poderosos, los que viven de lo que es usufructuando las ventajas de explotar a los demás.
Entonces hay un punto donde las injusticias son tan evidentes y tan obvias que ya no nos damos cuenta cómo hablamos, cómo tenemos el caradurismo de decir que vivimos en una democracia cuando el lugar más rico del país, la Capital, está lleno de gente durmiendo en la veredas, con problemas de alimentación, con chicos hurgando la basura. Eso no es una democracia. Escuchamos el chiste de “y sí, en esta democracia hemos tratado de hacer un mejor reparto, y lo hemos hecho, pero no alcanzó para todos”. Claro, nunca alcanza para todos, y casualmente son los mismos todos. Bueno, el piojo y el bicho colorado y la pulga no quieren que sea así y creo que eso, de alguna remotísima manera, si es que para algo sirve la literatura, es para que los chicos escuchen también otra campana, que el mundo no está bien hecho. Entonces, sí, lo que yo escribo tiene una ideología bien concreta.
–¿Los animales te dan la libertad de decir cosas que no dirías si fueran personas?
-Con los animales me sentí cómodo, pero además encontré las trampas que necesita todo escritor en un mundo lleno de censuras y de prohibiciones. Los animales me permiten hacer y decir ciertas cosas que, si fueran personas, serían objetadas en la escuela, en la familia; serían puestas un poco a distancia y entre paréntesis porque están medio fuera de la ley… pero un piojito chamamecero, una pulguita, pueden cometer algunas irregularidades sociales, morales o políticas que como son tan inocentes, pasan. Pero sería de otra forma si fueran personas porque les estaría enseñando a los chicos a ser desobedientes, a no respetar las normas establecidas por la sociedad. En cierta manera, son para esquivar a la policía, esquivar a la censura, a la “buena familia”, a la buena educación, que son muy peligrosas.
–¿Cómo creés que influye el avance de la tecnología en relación a los libros?
–Como todas las cosas, uno cree que va a reemplazar lo otro, pero no. Cuando apareció el cine, la gente pensó que el mundo del teatro se borraba totalmente; cuando apareció la televisión, que el mundo del cine se terminaba. Sí, por un momento quitan espacio, pero después se reacomodan. Y cada una de estas cosas tiene un encanto especial. Creo que no hay nada tan perfecto como el libro, lo manual, me permite llevarlo, cerrado, dejarlo, doblarlo, por eso yo les digo especialmente que quiero libros con tapa blanda para los chicos.
De cualquier manera, para mí la literatura está más asociada a la oralidad que a la escritura: es fundamental cómo se narra un cuento, el sonido, la música de las palabras, sus matices, sus silencios, el amor con que alguien transmite un cuento. Y además, está la memoria, que es más indestructible que cualquier material de un libro.

–Con el libro Dragón rompiste con la serie de animales autóctonos que venías haciendo y tomaste un animal mitológico…
-Lo que pasa es que a mí me gustan todos y yo creo en todos los animales, me crie jugando con ellos. El mundo donde yo vivía no tenía chicos para jugar, entonces me dedicaba a jugar con las hormigas, a pelear con los bichos, sumado a los cuentos fabulosos que escuchaba, fui compaginando una mezcla, porque en esas historias no había una división entre la calidad y la fantasía
Esos bichos, como el dragón, y como los animales del Bestiario, aparecen porque siempre me gustaron los animales mágicos y, además, yo no creo que sean inexistentes. Todos han creado estos seres fabulosos desde hace miles de años en todas las culturas. ¿Por qué? Seguramente hay una necesidad de la existencia de los dragones como símbolos. Son necesidades de lo que no sabemos, y lo que no sabemos parece que no existe. La pregunta muy simple que yo me hago es: ¿Cómo sabe una golondrina o una mariposa que tiene que ir volando de aquí hasta Estados Unidos cada año en un vuelo donde van muriendo y que la mayoría no llega?.
Lo mismo pasa con un montón de animales. Es decir, hay ciertas cosas que están puestas como un “chip” (como no sé qué nombre puedo darle, usemos la tecnología), y que seguramente los humanos también tenemos puestos por ahí, que nos hacen pensar o realizar ciertas cosas como una orden internalizada que viene vaya a saber de qué mundo primitivo, de qué necesidad de otros momentos, de otras épocas, de otras situaciones. Entonces a mí me gustan esos animales porque creo en esas cosas mágicas, que no son fantasía; yo no diferencio tampoco la fantasía de la realidad porque, al fin y al cabo, si bien no vimos muchos dragones tampoco hemos visto muchos tigres.
