Por Clara Attardo, Lic. en Psicología (UBA), autora de Eróticas Gronchas
Escribo este artículo con el deseo de renovar el intercambio sobre la Educación Sexual Integral (ESI) y la salud mental: dos campos fundamentales que hoy sufren el embate constante del avance de las derechas en nuestro país.
Frente a una creciente banalización de la sexualidad —reducida a frases vacías, eslóganes marketineros y discursos pueriles provenientes del actual gobierno—, asistimos a una ofensiva permanente contra la ESI. Se deslegitima su valor como herramienta pedagógica, como derecho, como espacio de encuentro con el deseo y el cuidado. La sexualidad, entendida desde una perspectiva integral y política, es combatida con discursos moralistas, reaccionarios, sin fundamentos científicos, anclados en el miedo y la crueldad.
Lo mismo ocurre con la salud mental. Cada intento de construir espacios colectivos y comunitarios es rápidamente minado por políticas de ajuste, por discursos de autoayuda individualista y por ataques sistemáticos a lo público. Se precarizan recursos, equipos e instituciones. Se desarticulan redes. Se cierran residencias. Se vacían hospitales. Se silencian experiencias. Se ensalzan estigmas y se promueve la privatización como única salida, accesible sólo para quienes pueden pagar.
La ESI y la salud mental nunca fueron cómodas para el poder. Siempre incomodaron. Siempre exigieron tocar los bordes. Hoy, aún en resistencia, elegimos seguir apostando. Apostamos a una salud mental que no se deje capturar por dogmatismos ni ortodoxias de ninguna línea. Apostamos a una ESI que no se limite a las escuelas ni a las infancias, sino que atraviese todas las edades, todos los cuerpos y todas las experiencias. Y apostamos a una salud mental que no se deje encapsular amargamente por las propuestas individualistas, acartonadas, privadas y carentes de compromiso social.
Lo que antes fue lucha por la ampliación de derechos, hoy es también resistencia frente al retroceso. Por eso, más que nunca, reivindicamos la erotización de la lucha: ese gesto vital, deseante y desobediente que insiste en que nuestros cuerpos no son territorio de conquista, sino de construcción colectiva.

Foto: Centro de día Pasionaria en Paysandú, Uruguay. Taller ESI PARA ADULTES.
La ESI en el espacio terapéutico
¿Es posible incorporar la ESI a los procesos terapéuticos? ¿Cómo hacerlo sin “caer” en una “bajada de línea”? ¿No implica “pedagogizar” la terapia?
La Educación Popular nos ofrece una clave: no se trata de imponer saberes “iluminados”, sino de construir conocimiento colectivamente, desde la experiencia vincular, para comprometernos con la transformación del mundo. Esta posición se articula profundamente con una perspectiva de salud mental que comprende lo subjetivo no como algo aislado, sino como entramado en lo relacional, lo histórico, lo político y lo propio que devenga de estos anudamientos.
Los procesos terapéuticos recorren historias en primera persona: recuerdos, alegrías, contradicciones, caos, deseos. En este sentido, la ESI, lejos de adoctrinar, abre interrogantes sobre la sexualidad en su sentido más amplio y complejo. La ESI se articula e interroga fantasmas singulares, fantasías íntimas.
Toda sexualidad es groncha: porta fluidos, fantasías, bordes y contradicciones, nos llena de pudores, miedos, vergüenza y temor a que nos juzguen. Por eso las y los terapeutas deben ser atravesados por la ESI, para poder alojar sin juzgar ni reenviar a la censura a quienes consultan.
La ESI en terapia es, en primer lugar, el compromiso de trabajo personal para quien ejerce la psicoterapia. Y por otra parte también es información, pregunta y descubrimiento para quien consulta. La ESI en terapia se teje en la relación entre terapeuta y consultante. Mientras más trabaje el terapeuta en términos de ESI, mejor podrá alojar las vicisitudes de la sexualidad de sus pacientes, sin ponerse tan colorado.

Recuerdo a una consultante angustiada porque nunca se había hecho un PAP. Al preguntarle al respecto, me contó que no sabía qué le harían ni qué era. Tenía casi 30 años, era sexualmente activa, y nunca había ido a un ginecólogo. Con las herramientas a mano (las que tenía en ese momento, una birome, un papel), le conté qué era el estudio del papanicolau, para qué servía y cómo se realizaba. A la vez, seguimos hablando de sus determinaciones singulares. Informar no anula la profundidad y densidad del trabajo clínico, muchas veces por el contrario, estimula la apertura de preguntas, alivia malestares y miedos.
La ESI le ofrece a la psicoterapia la posibilidad de historizar, abrir preguntas, poner en palabras e informar sobre la sexualidad. Y el campo de la salud mental le aporta a la ESI la dimensión de la implicación: para trabajar ESI, hay que trabajar la propia sexualidad. Implicarse en primera persona.
Trabajar ESI no es “bajar línea ideológica” a un campo supuestamente “neutral” como el “psi” (cológico, coanalítico, etc). Porque ningún dispositivo es neutral. Todo espacio está situado, atravesado por ideologías, por historia, por contexto y por los paradigmas científicos de la época en que fueron gestados. Quien se dice neutral, probablemente no se revisó lo suficiente o no tiene el coraje de asumirse antiderechos o al menos tibio y sin compromiso al respecto (o sea de derecha). Por eso, también decimos: ESI para adultes, para asumirnos jubilosamente y responsablemente sobre nuestro rol social en tanto garantes de derechos.
La ESI y la salud mental, como derechos, se hibridan, se contradicen, se caotizan, se mueven, crean, alivian y transforman.
Erotismo, política y deseo como estrategia micropolítica
La ESI tiene mucho que aportar, especialmente si se la saca del corset escolar y coitocentrista. Nos permite abrir conversaciones amorosas y respetuosas sobre la sexualidad: no solo sobre prácticas, sino también sobre emociones, historias, etapas vitales, mandatos, violencias y placeres. En el espacio terapéutico, hablar de menstruación, climaterio, deseo, identidad o vínculos, puede ser profundamente transformador.
¿Y por qué esto es una estrategia micropolítica? Porque cuando el Estado se retira de sus responsabilidades, es necesario crear nuevos modos de sostén, resistencia y lucha. Considerar que la ESI puede bordear lo institucional y convertirse en recurso para todas las personas, más allá de la escolaridad, es un gesto político de acción cotidiana. Lo es también el consultorio, público o privado, porque está situado, inserto en un territorio, y por lo tanto, toda salud mental es comunitaria.
El filósofo Félix Guattari decía:
“Existen múltiples formas de expresión que no pasan por el lenguaje tal como es fabricado por la escuela, por la universidad, por los medios de comunicación de masas y por todas las formaciones de poder. La expresión del cuerpo, de la mirada, la danza, la risa, las ganas de transformar el mundo, de circular, de construir la diferencia”.
Desde lo cotidiano, lo afectivo y lo deseante, se pueden generar innovaciones vitalizantes y eróticas por fuera del horror. Las intervenciones que promueven vínculos, que desalientan el sálvese quien pueda, que habilitan la palabra sobre la sexualidad, transforman. Guattari, Rolnik y Deleuze —autorxs que me interpelan mucho— nos recuerdan que la micropolítica se juega en los gestos, los vínculos, los cuerpos, los lenguajes, los deseos. No hay separación entre lo micro y lo macro. Lo micropolítico es donde se gestan resistencias invisibles, transformaciones subjetivas y sociales.
Por todo esto, la terapia y las y los terapeutas necesitamos de la ESI. Hay que orgasmizarse para organizarse, todos los días, en todos los espacios y siempre con otres. Hoy más que nunca es un compromiso ético.
Referencias:
Guattari, F., & Rolnik, S. (2006). Micropolítica: Cartografías del deseo (L. Sandoval, Trad.). Tinta Limón Ediciones (Obra original publicada en 1986).
*Clara Attardo también es docente universitaria, educadora popular e investigadora. Diplomada en Estudios de Género UCES y Mg. en Género, sociedad y políticas, FLACSO. Autora de Eróticas Gronchas (Ed Chirimbote) y “El Género de las políticas. Las voces de las mujeres en las políticas públicas” (Ed. Cooperativa La Minga)