La experiencia de crecer libres empieza desde los primeros días de vida. Libre es aquel niño o niña que nace y tiene sus necesidades básicas satisfechas en una casa donde no faltan la comida, el techo, la salud, el trabajo para las personas adultas y una escuela en el barrio a la que asistir. Libre es también la nena que puede patear la pelota o el nene satisfecho de darle de comer a una muñeca; la nena que puede usar el pelo corto, el nene que puede llorar cuando se siente triste.(Cecilia Merchán / Foto: Sofía Scalzo)
Sabemos que no hay manera de ofrecer esas condiciones para nuestros niños y niñas si no es en la búsqueda permanente de generarlas para la comunidad en su conjunto. Si no es implicándonos en un proyecto de transformar la sociedad, desplegando nuestro compromiso, fortaleciendo nuestra solidaridad. Objetivo que apuesta a cambiar las relaciones de poder económico y, a su vez, los viejos y tradicionales modos de construir vínculos sociales donde no se priorizan la organización colectiva y la participación democrática genuina. Paralelamente, y sobre ese escenario, apostamos también a cambiar las relaciones desiguales de poder que se dan entre los géneros y que impiden el ejercicio de nuestros derechos. No es posible trabajar en contra de una injusticia y no en contra de otra. No es posible considerar que se pueda propiciar una sociedad más justa y, por lo tanto, más libre, involucrándonos sólo por la igualdad entre los géneros si no trabajamos firmemente contra toda la desigualdad social. Pero tampoco es posible actuar por la justicia social sin tener en cuenta y pelear simultáneamente por la igualdad de oportunidades entre los géneros. Ambas luchas van de la mano y en ambas aparecen nuestras propias miradas del mundo, nuestras historias personales, nuestro origen.
Democratizar los vínculos sociales es la principal tarea que venimos llevando adelante desde organizaciones barriales, estudiantiles, de derechos humanos, juveniles, en las escuelas, en distintas instituciones, continuando el largo camino por la redistribución de la riqueza, de la palabra, del poder. Camino del que somos parte, herederos y herederas.
Las leyes que supimos conseguir
En los últimos años asistimos y protagonizamos muchos avances en materia de derechos de niños y niñas, de prevención y sanción de la violencia hacia las mujeres, de identidad de género, de diversidad sexual, de políticas públicas dirigidas a equilibrar viejas deudas pendientes como el reconocimiento del invisibilizado trabajo de las “amas de casa” y de las trabajadoras de casas particulares. Incluso la ley de servicios audiovisuales incorporó en su texto el cuidado de los derechos de niños y niñas y de las mujeres, entendiendo que una de las violencias que se ejercen –y de la que no somos muy conscientes– es la violencia simbólica. Violencia que se instala en las prácticas cotidianas de todas las personas desde el inicio de las vidas.
Todas estas leyes se generaron a partir de largas luchas de organizaciones, personas y colectivos anónimos que no bajaron los brazos ante las múltiples injusticias y que lograron, en un contexto histórico apropiado, instalarlas como políticas de Estado.
¿Qué dicen nuestras leyes?
La Ley 26.485 lleva en su propio nombre la necesidad de entender que la violencia hacia las mujeres no es sólo la doméstica tal como en general se la presenta. Se llama: Ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que se desarrollen sus relaciones interpersonales y se define como “toda conducta, acción u omisión, que de manera directa o indirecta, tanto en el ámbito público como privado, basada en una relación desigual de poder, afecte su vida, libertad, dignidad, integridad física, psicológica, sexual, económica o patrimonial, como así también su seguridad personal. Quedan comprendidas las perpetradas desde el Estado o por sus agentes”. Y agrega: “Se considera violencia indirecta, a los efectos de la presente ley, toda conducta, acción, omisión, disposición, criterio o práctica discriminatoria que ponga a la mujer en desventaja con respecto al varón”.
Alcanza con que revisemos un día de nuestras vidas para que veamos la cantidad de “violencias indirectas” que atravesamos, nos atraviesan y reproducimos en todos los ámbitos.
La misma ley explicita que su objeto es promover y garantizar “la remoción de patrones socioculturales que promueven y sostienen la desigualdad de género y las relaciones de poder sobre las mujeres”. Y en su artículo 5 define la violencia simbólica como “la que a través de patrones estereotipados, mensajes, valores, íconos o signos transmita y reproduzca dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación de la mujer en la sociedad”.
Menciono este tipo de violencia porque dentro de toda crianza, educación, socialización de nuestra infancia, se reproduce constantemente. No voy a detenerme en esas múltiples maneras de generar diferencias entre los géneros que se han descripto a lo largo de este libro, sino en la necesidad profunda de que podamos ver, revisar y modificar las lógicas culturales con las que nos manejamos, y también entender que es en ese marco donde nacen y crecen varones violentos; que los femicidas no son monstruos o enfermos, sino sujetos formados en nuestra sociedad.
Estas lógicas están completamente naturalizadas en todas nuestras prácticas y acciones cotidianas y debemos detenernos a analizarlas y transformarlas si queremos y soñamos con una sociedad sin femicidas y sin mujeres asesinadas por el sólo hecho de serlo.
Femicidio no es crimen pasional
Además de esta ley integral, también se logró la incorporación al código penal del agravante por violencia de género en los homicidios (femicidios) que también fue producto de las luchas de los múltiples y diversos colectivos de mujeres.
Esto no sólo permite aplicar la máxima pena en estos casos, sino poner el nombre que corresponde: femicidio a este terrible delito que hasta poco antes de esta ley y de su visibilización, se mencionaba como “crimen pasional” o era atenuado por “emoción violenta” como forma de esconder una realidad, como si la emoción y la pasión tuvieran algo que ver con la violencia.
A veces nos desanima cuando, a pesar de las grandes movilizaciones en todo el país bajo la consigna #NiUnaMenos, seguimos lamentando estos hechos constantemente.
Llamarlo por su nombre no quiere decir que se terminen, tampoco que se produzcan más que antes. Llamarlo por su nombre nos permite que la sociedad en su conjunto tome consciencia de la gravedad del tema, no lo escondamos ni secundaricemos y que pongamos sobre la mesa todo lo que nos falta para terminar con esta injusticia que nos escandaliza sólo cuando llega a su expresión más brutal.
Ahora nos toca profundizar, ir mucho más a fondo. No quedarnos solamente con esa situación más extrema de la violencia hacia las mujeres. Y, sin dudas, para profundizar sobre el #NiUnaMenos es fundamental atacar todas las causas. Algunas más visibles y otras que no lo son, y que nos cuesta descubrir.
Una de ellas es, sin dudas, la forma de crianza y educación de nuestros niños y niñas; momento en el que instalamos todos los estereotipos que luego son difíciles de desmontar. Por eso, no es una tarea menor ni secundaria.
La identidad en colores
Además de estos avances en cuanto a derechos de las mujeres, otros colectivos fueron capaces de poner en discusión y generar un profundo debate que se daría en el Congreso en 2010, que calaría muy hondo en todos los rincones del país y del cual también seríamos protagonistas, cuando se enfrentaban las posturas y se aprobaba la ley que posibilita contraer matrimonio a personas del mismo sexo. En los trabajos, en las casas, en el almacén, en todos lados se hablaba de cómo y quiénes pueden criar niños y niñas, de cómo deben ser las familias, de cuál es el rol que deben tener las escuelas a la hora de educar en estos temas. Se pusieron en discusión los estereotipos y también todos los criterios de igualdad y diversidad. Y también se pusieron en discusión las formas de familia y permitió ver y tomar como sociedad las múltiples formas de democratizar esta institución que nos define.
Entonces, estas ideas y acciones por la libertad y la democracia se incorporaron a otros colectivos que hicieron sus experiencias organizativas en las luchas contra el hambre, en talleres contra la violencia hacia las mujeres, en los apoyos escolares, en la alfabetización, en la educación popular, en centros profesionales y de estudiantes.
También desde esos otros colectivos pudimos defender el derecho de las parejas del mismo sexo a tener y a criar hijos e hijas.
Estas aperturas y debates nos enriquecieron, pero no fueron simples ni siquiera al interior de grupos que trabajaban por distintas causas de emancipación debido a que las visiones binarias de la sexualidad y de los géneros, así como la idea de cuáles son los roles que deben cumplir las madres y los padres, nos atraviesan muy profundamente. Los prejuicios y preconceptos se meten en nuestros pensamientos como el agua en la arena y nadie está exento de ellos.
Se expusieron tantos argumentos en los debates públicos y tanto avanzó la sociedad en el reconocimiento de la diversidad sexual que luego, al año siguiente, se logró por unanimidad, casi sin debate, una ley revolucionaria: la 26.743 de Identidad de Género, que plantea:
Toda persona tiene derecho:
Al reconocimiento de su género
Al libre desarrollo de su persona conforme a su identidad de género
A ser tratada de acuerdo a su identidad de género y en particular, a ser identificada de ese modo en los instrumentos que acreditan su identidad respecto de el/los nombres de pila, imagen y sexo con los que allí se registra.
La ley explicita: “Se entiende por identidad de género a la vivencia interna e individual de género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo. Esto puede involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios farmacológicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que ello sea libremente escogido. También incluye otras expresiones de género como la vestimenta, el modo de hablar y los modales”.
De esta manera, se aprobó un avance muy significativo para los derechos de las personas trans pero, además, se abrió para toda la sociedad la posibilidad de entender la identidad como un elemento dinámico, no estático, y de visualizar la importancia que tiene en nuestras vidas la autonomía de nuestras decisiones y la soberanía sobre nuestros propios cuerpos.
También nos permitió ver otras infancias, otras adolescencias, y comprender que nada es blanco o negro en las construcciones de nuestras sexualidades ni de nuestros deseos.
Y en este proceso, hubo dos activistas trans, grandes referentes sociales, que hicieron un gran aporte. Para traerlas acá, vamos a leer estos textos, reponiendo su voz, extraídos de la versión tipográfica del debate en comisiones de la Cámara de Diputados de la Nación.
“Cuando hablamos de derecho a ser me refiero al derecho a la identidad para el acceso a todos los derechos… y me pregunto por qué la Convención Interamericana de Niños, Niñas y adolescentes no estuvo protegiéndome cuando tuve que salir de la escuela entre la preadolescencia y adolescencia y no entraba en ese casillero binario de hombre-mujer, macho-hembra, pene-vagina. Evidentemente esa imposición nos ha dejado por fuera a todas las personas trans”.
“La sociedad nos dice: ‘no estén paradas en las esquinas, estudien y trabajen’. Pero los profesores viven atacándonos, obligándonos a que nos eduquemos y corrijamos, y la verdad es que es muy difícil sostener esta currícula educativa que solo plantea el binarismo y ‘la familia tipo’ cuando hay ‘tipos de familia’”.
Pía Baudracco
“El travestismo en la Argentina es algo que se asume entre los 8 y los 13 años de edad… es fácil juzgarnos ahora como adultas y decir que somos las pecadoras, pero nosotras empezamos entre los 8 y 13 años de edad. Entonces, ¿cuál fue la política de Estado que se generó?, ¿cuál es la contención que nosotras tuvimos?”.
Lohana Berkins
Revolucionarnos todo el tiempo
En todos los casos, en todas estas luchas, está siempre presente la necesidad de dar comienzo a una profunda y revolucionada manera de entender la educación y la socialización, que nos permita pensar desde una perspectiva mucho más abierta, más inclusiva y dinámica nuestra historia, la de las viejas y de las nuevas generaciones.
Construir una sociedad mejor con justicia social es también construir nuevos modos de vincularnos, una nueva forma de aceptar las diferencias y de crecer disfrutando la diversidad y dejando de lado la desigualdad. Ese es el aporte que debemos hacer desde los primeros años a las nuevas generaciones para terminar con un sistema de violencias que luego nos sorprende cuando acaba en un brutal delito contra la integridad física y la vida.
Los constantes riesgos de retrocesos…
Así como el avance que hemos propiciado a lo largo de los últimos años no significa que hayamos logrado acabar con las injusticias, sabemos que los riesgos de retroceso están siempre presentes. Por eso debemos exigir al Estado, en todos sus niveles, que cumpla con su rol indelegable de la aplicación de la leyes y también prestar atención a que funcionen los programas y políticas públicas de prevención y asistencia; que el sistema de salud esté preparado para tomar nuestras diferentes realidades, que nuestros niños, niñas y adolescentes cuenten con la aplicación del Programa de Educación Sexual Integral; denunciar los cierres, achicamientos o vaciamiento de esas políticas públicas; seguir trabajando en la deuda pendiente de legalizar la interrupción voluntaria del embarazo como posibilidad de que las mujeres podamos ser soberanas de nuestro propio cuerpo. También debemos visibilizar y denunciar la violencia que significa el desempleo, el ajuste y recordar que, siempre que hubo pobreza, hubo feminización de la pobreza.
Son muchos los motivos por los que podemos asegurarlo: las mujeres somos, en general, por una cuestión cultural y económica, quienes llevamos adelante el cuidado de las personas que viven con nosotras: niños y niñas, mayores, nuestras parejas. Por lo tanto, apenas comienzan a faltar los recursos e ingresos para sostener la vida cotidiana, las principales afectadas somos quienes damos resolución a la alimentación, la escolaridad, la limpieza, la salud. A esto debemos sumarle que el empleo femenino es más precarizado y flexibilizado, mucho más en tiempos de ajuste.
Además, debemos pensarnos en todas nuestras dimensiones sociales, como personas inmersas en este sistema de clases en el que las cosas se complican por ser mujer, pobre y negra, o pobre y travesti, o pobre e india, y así podríamos continuar haciendo múltiples combinaciones de exclusión. A la pobreza debemos agregarle todas las otras formas de discriminación y exclusión como la raza, la nacionalidad de origen, el género, la elección sexual, la edad, etc. que recrudecen en períodos neoliberales.
Pero además de denunciar lo que ocurre en todas las estructuras del sistema: en el Poder Ejecutivo, en el Poder Judicial, en los grandes medios de comunicación, también deberíamos revisar constantemente cómo funcionan nuestras organizaciones sociales, políticas, gremiales, barriales, estudiantiles de pertenencia. Cómo es nuestro vínculo entre varones y mujeres, cuán respetuosos y respetuosas somos de nuestras diferentes formas de vivir la sexualidad, de identificarnos.
El machismo es un poderoso enemigo de la justicia y la igualdad y no está sólo fuera de nosotras y nosotros, sino que lo tenemos dentro de cada espacio de los que participamos y de muchas de nuestras propias acciones cotidianas, porque se instala en nuestra vida desde que nacemos. No podremos transmitir a nuestros niños y niñas nuevas formas de relacionarnos si no podemos desnaturalizar nuestras propias prácticas.
Transformar transformándonos, y de manera simultánea, es una tarea posible si creemos que las nuevas generaciones merecen vivir en una sociedad mejor. Si bien es un camino largo y complejo en el que no debemos bajar los brazos, no es una utopía inalcanzable.Nunca hubiéramos imaginado la cantidad de conquistas y transformaciones que fuimos capaces de parir a lo largo de la historia.
Somos potentes, capaces, orgullosos y orgullosas de pertenecer al tiempo y al país del #NiUnaMenos, de los Encuentros Nacionales de Mujeres (hechos singulares, únicos en el mundo), y de ser parte de una historia que tiene como protagonistas a María Remedios del Valle, a Juana Azurduy, a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, a Viky Walsh, a las piqueteras, a Diana Sacayán y a tantas hermosas y luchadoras anónimas y de todos los colores.
Son tiempos complejos para encarar nuestros sueños y como dijo nuestra querida y admirada Lohana Berkins: “No es fácil ser mariposa en un mundo de gusanos”. Pero no vamos a decaer en nuestras búsquedas de justicia y no vamos a dejar de soñar y trabajar por nuestra libertad y la de nuestros niños y niñas donde la diversidad no sea un motivo de opresión sino de disfrutar y celebrar la vida.